X. El gran mago
Una tarde de octubre, Felo, Nereida y yo trajimos a casa al gran mago. Era pequeño y casi indefenso, pero se adaptó muy bien a nuestras costumbres y creció rápido como corresponde a su estirpe.
En unos cuantos meses empezó a ejercer su maravilloso oficio. Cuando llegábamos a la casa y abríamos la puerta siempre estaba allí esperando con un gran saludo que nos hacía olvidar los problemas del día y el cansancio. En ocasiones su alegría era tanta que se tiraba en el piso, patas arriba, prácticamente obligándonos a rascarle el pecho y la barriga, mientras dulcificaba nuestro carácter.
El gran mago suele ser silencioso, pero en su mirada hay matices imposibles de formular con palabras.
Sale a la calle y niños y niñas lo llaman por su nombre, aunque algunas personas le temen pues no conocen la clase de su magia.
No le gustan los ruidos, ni los días mojados. Le encantan las alfombras, las pelotas pequeñas y saltarinas, los charcos el día después de llover.
El gran mago no usa capas ni realiza ceremonias, más bien es juguetón, leal, observador, cariñoso y comelón. En su presencia no existe la soledad, ni la tristeza, ni la ira, ni el resentimiento, ni la desesperanza. Todo eso él lo transmuta con un gesto de amor o de inocencia.
El gran mago es una perra y responde cuando dicen Lara.
Brincando juntos
una tarde de julio
el arroyito.
Rafael García Bidó