VIII. Noche en el monte
(a Luis)
3 de agosto de 2005. Noche en la Casa de Oración del Desierto de la Paz, cerca de Murcia. Se fueron las nubes y el cielo está cuajado de estrellas. He decidido, antes de dormir, subir hasta el Mirador del Barranco del Sordo, desde donde se contempla Murcia y sus poblaciones aledañas. Camino acompañado por el sonido amigo de los grillos. La noche ha despertado también innumerables olores (¡ah, ese jazminero!). A lo lejos se ven las luces de Orihuela y una lucecita intermitente: el faro de Santa Pola. Siempre me han fascinado las luces de las ciudades y pueblos en la noche, a lo lejos. Como estrellas caídas temblando en el agua oscura.
Una estrella fugaz. Llego al Mirador. Miríadas de luces. Unas, inmóviles: farolas en la autovía, polígonos industriales, torres y casas. Otras se mueven como juguetes en una pantalla de ordenador gigante: coches, motos, trenes... acompañadas de ruidos que el aire me acerca (una moto acelerando... con ganas, el pitido del tren). Cuando se apagan los pequeños ruidos, se escucha en su lugar un rumor de motor sordo, generalizado.
Esto, si miras abajo. Si miras al cielo: la Vía Láctea, la Osa Mayor y otras constelaciones cuyo nombre me encantaría, ahora mismo, conocer. Aviones que parecen estrellas moviéndose. Luces de antenas no menos hermosas que estrellas y planetas:
a igual altura
la luz de las antenas
y las estrellas
¡Y qué amortiguados, qué solemnes, qué respetuosos (casi líquidos) son los sonidos de la noche en el monte! Dos pájaros (¿cucos?) dialogan con una sola nota de flauta. Ningún ser osa turbar esta paz sagrada con sonidos fuera de lugar. Todo está natural y perfectamente acordado. Si acaso, las únicas que parecen seguir con un ritmo similar al del día son las hormigas, que continúan incansables en su hilera, llevando pajitas a su hormiguero.
deslumbra la linterna
a un escarabajo
...¿o será un grillo?
Frutos Soriano