VI. Tina y el barrio

Aquella mañana Tina no fue al colegio, porque le dolía la garganta. Se quedó en su cuarto bien calentita y se puso a mirar por la ventana. De pronto entró la abuela con un tazón de caldo.
— Tina, aquí te traigo un caldo que te sentará bien. ¿Qué estás mirando?
Y Tina respondió:
Ropa tendida.
Hay colores distintos
en cada casa.
— ¡Pues claro! Alguno prefieren los colores alegres, y otros, los apagados.
Por lo que dices
los colores oscuros
son de los tristes.
— No te lo tomes todo al pie de la letra. Hay gente alegre que viste de oscuro y gente seria que viste de colores.
Pues el vecino
que está en la funeraria
viste de negro.
— ¡No querrás que vaya a los funerales con camisa de flores!
Tina volvió a mirar hacia la calle, y de pronto exclamó:
El barrendero
lleva un chaleco verde,
como el jardín.
— Pues tienes razón… cada cual viste según su trabajo.
Tina se quedó pensativa y a los pocos segundos, exclamó:
El carnicero
debería ir vestido
de color rojo.
Y el pescadero
vestir de color sepia
o de salmón.
La abuela suspiró y acercó el caldo a la boca de Tina.
— Deja de hablar tanto, que te irritas la garganta. Es mejor que estés calladita.
Tina, muy obediente, se bebió el caldo a pequeños sorbos. La abuela le aconsejó que se acostara y durmiera un rato, pero Tina repuso:
Con lo que gritan
los vecinos de abajo,
no hay quien se duerma.
— ¡No seas quejica! -le reprochó la abuela-. Al fin y al cabo, tu padre pone la tele muy alta y los vecinos se aguantan. Escucha música con los auriculares, como hacéis los jóvenes, que vais con eso puesto a todas partes.
Me gusta oír
cantar a la vecina
mientras cocina.
— ¡Eso está muy bien! Como ves, no todos los vecinos son iguales.
Y Tina respondió:
Son los vecinos,
igual que los colores.
Todos distintos.
Susana Benet