XXI. Reposo del océano
Descendieron de los farallones un sinnúmero de aves picoteando la luz envenenada. No sé si el amanecer era amanecer o el trasnochar de una sombra a otra. Un sonido transformó en bullicio el universo y sólo la escarcha y las heladas fueron palabras a pronunciar.
Entre millones de ojos la luz despobló el atardecer y crujieron los ausentes corazones que curan la desdicha con la calma. El tiempo agonizaba como el parpadeo de una frase hacia la oración interminable de los desconsolados.
Pero el grito horadaba fósiles, ballenas, peces gigantescos e intrépidos piqueros, allí por donde escuchamos los crujidos de un temible agujero.
Hacia el misterio
del océano, se desprenden
los piqueros
Alfonso Cisneros Cox