XI. El padre Romaña
El padre Romaña iba los sábados desde Lurín, para celebrar la misa semanal. Vestíamos los mejores atuendos que el verano tejía para la hora de la consagración. Discursos memorables que con asombro comentábamos después de la eucaristía incitaban a la meditación. Yo aguardaba en la parte posterior de la terraza, escuchando la campanilla que algún parroquiano hacía resonar, mientras atendía en las palabras del sacerdote frases que no podía responder.
Después salíamos al malecón en busca de aire fresco y breves conversaciones. Nunca olvidaré el momento en que te vi por primera vez, destellando esa extraña y dulce melodía que hasta ahora logro tararear.
Noche de verano:
tu silencio apaga
mi silencio
Alfonso Cisneros Cox