IV. Cruzar el Boquerón
Cruzar el Boquerón era el gran reto. Pocos lograron atravesar el estrecho sendero de sus altas paredes de sal. Cuentan que antaño encontraron cuerpos flotando a la deriva, seres extraños descansando bajo el silencio más oscuro de sus aguas.
Su arquitectura imponente, como un torreón hecho de sombras, era visitada por hambrientos lobos de mar, pulpos, bufeos, merluzas, entre ese extenso paraje pleno de cantos, colores, estruendos y un intenso aroma destellante. Bordeado de peñas, rocas y espigones se extendía el arrecife, esculpido por las olas y la luna reposando entre estrellas.
Cruzar el Boquerón era el gran reto. Repetíamos una tras otra la misma sentencia mientras la noche apretaba y volvía a aparecer la misma imagen junto al bosque marino cantando su extensión. Por eso, ahora, recorremos la sensación de lo impronunciable, perdidos en lo más oscuro de esta gran ciudad, poblada por bocinas ensordecedoras y presencias que nos acercan y nos alejan.
Horadando peñas
el mar edifica
templos de luz
Al fondo de la gruta
serpentea
la orilla del mar
Alfonso Cisneros Cox