Prólogo  Carmen Millán   Enrique Villanueva    
    Israel López   Susana Dorantes   Epílogo 
El mosaico urbano
A la hora de expresar alguna característica notable sobre el arte de componer haiku, podríamos convenir, sin mucho temor a despertar opiniones contrarias, que una de ellas es su enorme capacidad de sugerir. El haiku es, por expresarlo de algún modo, una forma poética muy "objetiva", por cuanto se exige del poeta que se olvide de sí mismo y que preste una especial atención a la realidad circundante, a lo que acontece a su alrededor. Quizás por esta objetividad del sujeto poético, y dado que es una composición minúscula de apenas diecisiete sílabas sin lugar para el verbo abundante ni para explicaciones excesivas, su forma de sugerir es algo distinta a la de otras disciplinas artísticas. En el haiku, la manera de provocar una reacción en la sensibilidad del lector es frecuentemente a través de lo no dicho, de lo callado, de lo que el poeta sólo se atreve a esbozar en el poema, sin llegar a explicitarlo. Las palabras que son escritas en un haiku delimitan, en ocasiones, un hueco que el lector ha de rellenar con su entendimiento. Para saborear un buen haiku no basta con asimilar lo explícito, lo que se nos da hecho y es objetivo; es preciso el esfuerzo del lector, con su carga de conceptos y vivencias subjetivas, a la hora de rellenar esos huecos libres, delimitados por el poeta con sus palabras, pero vacíos al fin y al cabo.
Azoteas también sugiere, como epígrafe bajo el que se engloban haikus de todo tipo, ciertas ideas globales, que no se explicitan, pero que laten tras las palabras de sus cuatro autores. Azoteas sugiere lo urbano, pero no siempre ni necesariamente. Son, objetivamente, atalayas urbanas desde las que se perciben los semáforos en la madrugada, los trinos del gorrión, el vagabundeo de un perro o la ropa recién tendida. Mas cada terceto despierta resonancias distintas en nosotros, lectores, al recordar vivencias urbanas propias, o imaginarlas porque no las hemos vivido; al mezclarlas con sueños irreales o percepciones muy concretas que afloran desde alguna parte de nuestra memoria.
No parece tarea fácil realizar un poemario a cuatro voces de forma que el resultado global mantenga un sentido consistente, y sus componentes por separado, en lugar de entorpecerse o estorbarse unas a otras, se complementen de tal forma que cada unidad sea una pieza del mismo tamaño que las otras y ocupe en el mosaico global su lugar preciso. Azoteas es tal mosaico, preparado para ser interpretado y disfrutado por cada lector. Sus cuatro autores, Carmen Millán, Enrique Villanueva, Israel López y Susana Dorantes, comparten un mismo marco, una Ciudad de México que nutre de percepciones y motivos a cada segundo y de forma diferente para cada uno. Al lector le espera, en cada haiku del poemario, una pieza de ese grandioso mosaico, una clave que cada uno de los autores expresa y sugiere a su manera, enriqueciendo poco a poco la imagen final, y respetando de un modo admirable en su formulación la esencia más íntima del haiku japonés: la contemplación del mundo, el asombro constante, la constatación del cambio, la atención al detalle insignificante.
Luis Corrales Vasco