XXIX. El descansar del quelonio
Según su rapidez y su producción, aquellos que escriben se pueden clasificar en dos grupos. El escritor-mustélido, que al llegar a casa se vacía de los bolsillos docena y media de servilletas de bar con esbozos de una oda al cosmos y un soneto de desamor ya pulido, un bloc repleto de notas para tres capítulos de cada una de las dos novelas que escribe simultáneamente, y una idea-fuerza que empleará como argumento en su ensayo sobre el individuo en la era post-digital. Por otra parte está el escritor-quelonio. Sólo tiene un cuento. Materialmente es un único folio saturado de tachones, al que rodean otros 25 folios cada uno con una versión también hipertachada del cuento en cuestión, que de pronto, un día, sale. Yo pertenezco a estos últimos. Así he escrito estos textos de "Agua del tiempo". Y ha llegado el momento de descansar. Todavía recuerdo cuando mi tocayo Corrales generosamente me ofreció este espacio, y mis temores de no ser capaz de responder a la periodicidad que me requería. Finalmente y, salvo alguna excepción, he sido capaz de llegar cada mes a tiempo, pero con un esfuerzo enorme. No hubiera llegado tan lejos, creo, si cierto día, mitad por curiosidad, mitad por vanidad, no le hubiese preguntado a Corrales cuánta gente leía estos textos. Su respuesta me dejó patidifuso: ¡multiplicaba por 10 mi suposición más optimista! Ello me hizo adquirir un sentido de la responsabilidad para con… sí, ¡qué diablos!, para con mis lectores. Sentido al que se le sumó un añadido de exigencia hacia aquello que a mi editor digital le hacía llegar. Así ha sido, aunque a lo mejor a alguien le cueste creérselo.
Pero concibo la escritura como un movimiento de olas: después de romper sucede la resaca. Hay una etapa en la que recabar lo que contar luego es lo adecuado, y hay otra etapa en la que contar lo recabado es lo que pide el cuerpo. La morfología de estos periodos y el caótico ritmo de sus ciclos es un misterio para mí. Y así debe seguir siendo. He compartido contigo reflexiones relativas al cada vez más consolidado mundo del haiku hispano; el relato de tipos humanos que me han conmovido; lugares que me han dejado adentro huella indeleble, aquí al ladito y a unos pocos kilómetros del Círculo Polar; historietas de seres vivos diversos. Mi truco ha sido -os sonará como haijin que sóis la mayoría- más o menos circunscribirme a la experiencia directa. Más o menos. Y también aplicar los preceptos del haiku, que, entre sus muchos beneficios, hace escribir mejor. Quiero agradecerte a ti, que eres parte de ese inmerecido número de seguidores, que hayas acudido a nuestra cita cada mes. Vivimos en una época en la que el tiempo de cada persona es valiosísimo; a lo largo del día, un sujeto occidental hace mogollón, pero que mogollón de cosas. Y una de las que tú has hecho durante este tiempo ha sido leerme, al menos una vez al mes. Muchísimas gracias. Espero haber resultado merecedor de ese honor tan grande. Contigo y con los demás, he contraído una de las deudas más hermosas de mi vida y, si no pasa nada raro, tal vez en el futuro nos encontraremos de nuevo para seguir saldándola. A mí me molaría. Hasta entonces, permitid a esta tortuga un respiro y unos mordisquitos a esta tierna hojita de perejil, ñam, ñam.
Luis Carril García