X. El tren minero
Es la hora de recoger. Ya estamos dentro del vagón de los asientos. El tren minero hace un ruido infernal al moverse por los carriles provisionales que recorren el túnel. Desprende además la consabida humareda de la combustión de diesel; pero es alemán, quiero decir, uno se siente seguro allí dentro. Sólo hay tres asientos ocupados: el mío, el de Pepe y el de Ramón, que no sé cómo pero es capaz de ir durmiendo. Pepe y Ramón perforan el revestimiento de hormigón del túnel. Hay que hacerlo para que pueda ser inyectada una especie de mortero líquido que en el futuro consolidará túnel y roca. Ellos lo hacen y yo, que debo llevar un recuento de su trabajo, les acompaño por las tardes.
Salir lleva en ocasiones sus buenos 20 o 25 minutos y, como el estruendo de la locomotora impide oir nada, cada cual emplea este tiempo en hacer lo que le venga en gana. Ramón duerme, Pepe suele ir asomado controlando que no haya nadie a pie en la vía, y yo le doy al tarro. Hace unos días recordé que de pequeño yo mismo tuve un tren minero de juguete. Se trata de un recuerdo antiquísimo y a lo mejor hace 30 años que no pensaba en ese tren y tal vez nunca más lo hubiera hecho si no llego a montar ahora todas las tardes en uno.
Punto kilométrico 0+900. Después de esta curva se verá un puntito luminoso: la salida.
Llevamos unas semanas juntos, pero yo diría que congeniamos de maravilla (aunque tratándose de ellos me dan ganas de decir que "de puta madre" o "cojonudamente"). Son gente llana, trabajadores hasta más allá de su sueldo muchas veces, y decididamente blasfemos. Entre taladro y taladro suelen cantar. Lo hacen fatal, por cierto, pero a mí de verdad que me encanta escucharlos. De vez en cuando siento que me toca a mí y entonces quien canta soy yo, pero ya hablaré de eso otro día. A Pepe y a Ramón no se les ve andar con prisas en lo suyo ni tampoco hacer el vago. Y nunca, jamás, les he visto venirse abajo ante la adversidad. A lo sumo blasfeman, o cantan, depende. Pero a la segunda, o si no a la tercera, o cuando sea, el taladro sale. O se pasa al siguiente. Se nota que hay buen rollo entre ellos. Se pican con cariño y el pique suele rematar cuando uno endosa al otro por respuesta un bolero desafinado, como diciendo "siempre que te pregunto que cuándo, cómo y dónde" es todo lo que opino de ti y de lo que tú dices, rapaz.
Ya está. Salimos. El túnel desemboca en un edificio desmesurado: la depuradora que se está construyendo en pleno cantil. Al lado, el puerto exterior más, mucho más desmesurado todavía, también en construcción. Omnipresente, el mar, por supuesto.
Coches a docenas, camiones de todos los tamaños, grúas infinitas, retroexcavadoras, palas, hormigoneras, gente con buzo, chaleco y casco, gente con casco y corbata, gente para aquí y para allá, gente, gente, gente. Muchas veces me he preguntado por el sentido de este frenesí. el porqué de estas ansias colectivas que lleva a gran parte de la Humanidad a someterse a la tiranía chabacana y absurda de los Plazos Previstos.
No logro dar con la respuesta, pero mis dos compañeros suelen zanjar el asunto refiriéndose a esto sencillamente como "as putas prisas".
obras del puerto
las nubes tan despacio
sobrevolándonos
El tren se ha detenido en mitad de este escenario. Me despido de Pepe y a Ramón lo dejo desperezándose y ciscándose en algo o alguien. Subo a la caseta. Me lavo. Me cambio y cojo el coche. Me sumo a la corriente humana que escapa -aunque muchos no sean conscientes de que estén huyendo- de esto hasta el día siguiente. Hacia una pensión barata, hacia un bar de carretera, hacia un burdel, hacia casa. Enseguida, como siempre, delante un lento camión que copa todo el ancho de la pista que sale de las obras. Pero cuando el camionero ve la oportunidad, se arrima al máximo a la cuneta y marca el intermitente hacia ese lado en señal de "puedes pasarme". Lo hago y hago sonar el claxon dos veces cortas para darle las gracias. Él hace lo mismo para devolvérmelas y esto me ha parecido de lo mejor del día.
Luis Carril García