Bashô: la leyenda
Bashô
Matsuo Bashô
Matsuo Bashô (1644-1694) está considerado, aún hoy, el mayor poeta de la historia de Japón. No deja de ser paradójico el hecho de que nunca pretendiera hacer literatura ni ser considerado alguien importante. Bashô tiene, sin embargo, el mérito histórico de haber elevado el haikai al rango de arte, rescatándolo del estancamiento en el que estaba sumido desde que las escuelas poéticas más liberales lo mantuvieran como un simple divertimento en manos de ingeniosos poetas. Bashô vive en una época, la de la hegemonía política Tokugawa, en que la sociedad japonesa disfruta de paz y prosperidad. El período Genroku (1668-1703) es de hecho la edad de oro de las letras niponas, con maestros como Saikaku en novela y Chikamatsu en teatro, además del propio Bashô en poesía.
Templo Senso, Tokio
Templo Senso (s. XVII), Tokio
Nuestro poeta nace en el seno de una noble familia, y es educado como guerrero samurai en sus años de juventud. Más tarde, al fallecer su maestro, prosigue su camino de culturización estudiando a los clásicos chinos y japoneses y entrando en contacto con la rama más espiritual del budismo: el zen. Sus primeros poemas, influenciados por la escuela Danrin, son intrascendentes y ligeros. Pero a medida que crece su religiosidad se advierte un cambio en su manera de escribir; Bashô convierte sus poemas en cantos espirituales a la naturaleza, opera el milagro de trascender la realidad circundante apoyándose en esa misma realidad como fundamento básico de su obra. Esto no le hace olvidar muchos de los principios básicos de la escuela Danrin como la sencillez del lenguaje o la posible inclusión en el poema de expresiones extranjeras (sobre todo chinas), aspectos vetados en el waka tradicional.
Su estilo de vida se vuelve, cada vez más, hacia el "camino del haiku", influido por su condición de monje. Bashô será durante toda su vida un constante peregrino, de vida ascética y pobreza material. Ganará discípulos que, como él, tendrán un concepto de la poesía como un camino purificador para todos los hombres y, en cierto modo, también de salvación. Bashô escribió la poesía que vivió y vivió la poesía que escribió. Su poesía se basa en una concepción panteísta del mundo acorde con la espiritualidad budista, y gracias a su vida humilde en constante contacto con la naturaleza y con los pequeños detalles encuentra, en cada poema, el sentido eterno del instante fugaz: "Aprende de los pinos, aprende de los bambúes. Aprender quiere decir unirse a las cosas y sentir su íntima naturaleza. Esto es haikai".
Bol de té
Bol de té (s. XVII),
Museo Tokugawa de Nagoya
Gracias a su cultura, el poeta de Ueno nos brinda apreciaciones muy acertadas de la tradición artística japonesa anterior a él. Así, dice: "Saigyô en waka, Sôgi en renga, Sesshû en pintura, Rikyû en la ceremonia del té, lo que corre por ellos es una misma cosa", o también: "El haikai es el corazón del 'Manyôshû'". Pero propone su propio camino creador: "No sigas las huellas de los antiguos, busca lo que ellos buscaron". Para exponer su particular genio poético, que no es más que su propia visión de la vida y el mundo, Bashô opta por el haiku en detrimento del waka, más explicativo, con más tendencia a la belleza formal. Su objetivo no es más que cantar lo cotidiano, y encuentra en el haiku un vehículo que, debido a su brevedad, no puede albergar más que la pura intuición poética de aquel que lo compone.
En el año 1686 Bashô compuso el haiku más famoso de la literatura japonesa, inspiración constante de innumerables poetas a partir de entonces, que resume perfectamente el espíritu del haiku: "Un viejo estanque; / se zambulle una rana, / ruido de agua". El propio autor definió este verso como el más característico suyo, y dijo de él en su lecho de muerte: "Este es mi poema de despedida, puesto que he construido mi propio estilo con este verso. Desde entonces he hecho miles de versos, todos con esta actitud". En su cumbre poética, Bashô consigue el milagro de hacer confluir lo eterno (el agua del viejo estanque) con lo instantáneo (el salto de la rana) en el propio ruido del agua, valiéndose del lenguaje más sencillo y conciso. Así, toda la obra de Bashô está desprovista de vanidad; es un encuentro constante con la naturalidad y con la humildad del que usa los versos para avanzar en su propio camino de superación espiritual. Algunos de sus mejores haiku se insertan en su famosa obra La estrecha senda de Oku, fruto de un peregrinaje por tierras norteñas que le ocupó seis meses, y que le llevó al templo de Ise, el corazón del sintoísmo japonés. La obra está escrita en prosa poética (haibun, prosa con gusto de haiku). El poeta muere víctima de la disentería en 1694, tal y como él habría deseado: con el calor de sus amigos y después de uno de sus queridos viajes, en esta ocasión al sur de Japón. En su lecho de muerte intuye su último haiku, y lo enuncia ante los discípulos que tras su muerte se encargarán de custodiar su herencia poética y humana: "Habiendo enfermado en el camino / mis sueños merodean / por páramos yermos".
Luis Corrales Vasco